Interocepción y propiocepción
¿Buscas placer constantemente? Tal vez tengas un comportamiento edonista. O quizás eres más filosófico y contemplativo. Pero la verdad es que no son excluyentes. Todos somos edónicos, en mayor o menor medida. Lo fuimos desde mucho antes de que aparecieran los pensamientos filosóficos.
El ser humano primitivo encontraba placer como una recompensa justa tras un desafío: comer después de cazar, descansar después de huir, tener sexo como premio a la supervivencia. El esquema era simple: esfuerzo → placer. Pero en nuestra sociedad moderna, ese equilibrio se ha roto. Ahora podemos acceder al placer sin pasar por el desafío. Comida ultraprocesada, entretenimiento constante, validación inmediata… Y es ahí donde empiezan los problemas.
El cuerpo y la mente ya no funcionan como antes, y una de las claves para entenderlo está en la corteza insular, una región del cerebro que coordina nuestras emociones, nuestro equilibrio interno, e incluso nuestras adicciones. Es también el centro donde confluyen dos sentidos que solemos olvidar: la interocepción y la propiocepción.
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No tenemos solo cinco sentidos
Nos enseñaron que los sentidos eran cinco: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Pero esto solo cubre lo que ocurre fuera de nuestro cuerpo. Para percibir lo que pasa dentro, contamos con dos sentidos más:
- Propiocepción: nos dice dónde están nuestras partes del cuerpo, cómo nos movemos, qué postura tenemos. Es lo que te permite tocarte la nariz con los ojos cerrados.
- Interocepción: nos informa de nuestro estado interno. Si el corazón late muy rápido, si respiramos con dificultad, si nos falta magnesio, si estamos tensos sin darnos cuenta.
Ambas están conectadas a la corteza insular, que es donde el cerebro integra la información sensorial interna y genera una respuesta. En estado neutral, esta información interna tiene prioridad sobre la externa. De ahí que la conciencia corporal tenga tanto impacto en nuestras decisiones, emociones y bienestar.
El cuerpo primero, la mente después
Si alguna vez te sentiste triste y te obligaste a sonreír, es posible que después de un rato empezaras a sentirte algo mejor. No es magia, es biología: el cuerpo influye en la mente. La postura, la respiración, la tensión muscular… todo eso manda señales al cerebro para que actúe en consecuencia.
Y aún más: cada emoción tiene una ubicación corporal. Ira en el pecho, miedo en el estómago, tristeza en los hombros… Si localizas físicamente dónde sientes una emoción, el cerebro puede gestionarla mejor. Como decía Antonio Damasio:
“Las personas con mayor conciencia corporal toman mejores decisiones.”
Desajustes del sistema de recompensa
Cuando el sistema de recompensa se activa sin un verdadero desafío, se desequilibra. Es lo que ocurre con muchas adicciones modernas. Puede que te falte reconocimiento afectivo desde la infancia, y en la adultez te vuelvas adicto al trabajo buscando aprobación. O que busques placer fácil en el porno, en la comida o en las redes sociales. El cuerpo recibe el placer, pero el sistema de recompensa está confundido: siente que ha ganado algo que no se ha ganado.
Esto también tiene impacto en el sistema inmune. Cuando nos enfermamos, el sistema nervioso se comunica con el inmune a través de la interocepción. Si eliminamos el dolor con antiinflamatorios o analgésicos sin permitirle al cuerpo responder, no activamos los genes necesarios para la recuperación. El dolor tiene una función, no es solo un obstáculo.
El valor de la hormesis: estrés que cura
Por eso la hormesis (estrés beneficioso) es una herramienta clave para el equilibrio: someter al cuerpo a un desafío controlado para que salga reforzado. Ayuno, frío, ejercicio… Si hay esfuerzo, la recompensa es legítima. Y la corteza insular lo sabe.
El estrés, si se interpreta como un desafío superable, no solo no es dañino, sino que fortalece. El cuerpo se adapta, mejora, se prepara para la próxima vez. Y con ello, también mejora nuestra salud emocional, mental e incluso inmune.
Conclusión: aprender a escuchar el cuerpo es mucho más que prestar atención a un dolor de cabeza o un nudo en el estómago. Es entrenar nuestra capacidad de interpretar lo que ocurre dentro, reconectar el desafío con la recompensa, y tomar decisiones con todo nuestro sistema –no solo con la mente.